2010
04.06

Empiezo Bosnia Herzegovina con un post sin fotos. Sarajevo lo hemos visto muchas veces por televisión.

He llegado a Sarajevo en autobús leyendo “La palabra más bella” una novela de Margaret Mazzantini. No sabía nada del libro, solo que Sarajevo aparecía en ella. Empecé a leer cómo su protagonista Gemma llegaba a la ciudad por primera vez, como hacía yo. Sarajevo era una ciudad totalmente normal como cualquier otra de Europa, la guerra no se esperaba. Leí cómo descubría la ciudad y su gente y enseguida me ví involuntariamente siguiendo sus pasos. Mi primera comida fue Cevapcici(albóndigas de carne a la brasa mmmmm) siguiendo su primera comida.

Goiko la acompañó en su primera visita, a mi me acompañó ella. Goiko fue su guía mientras hacía un trabajo para la universidad, allí conoció a Diego, su futuro marido, y a Sarajevo que luego se convierte en otro personaje de su vida. Sarajevo cambió la vida de Gemma varias veces y yo al recorrer las calles recordaba sus sentimientos y vivía sus recuerdos, ha sido súper interesante.
Paseo por las calles y me encuentro las cosas de las que Gemma hablaba, la plaza donde los viejos juegan al ajedrez, o los demasiados, como decía ella, puentes sobre el río Miljaka.

Me he imaginado cómo la ciudad cambiaba al llegar la guerra, como se vaciaban las estanterías de los supermercados, cómo los tranvías dejaban de funcionar por los morteros y cómo se aprendía a dormir con el sonido de los disparos.

Cuando leía sobre el mercado he ido allí. Ella veía como se había convertido en un mercado negro donde la gente vendía sus joyas para conseguir una estufa o algo de comida fresca. Ahora es un mercado normal donde compro fruta sin que sea un acontecimiento.

Veo el hotel Holiday Inn, donde se quedaban los periodistas porque era el único hotel que funcionaba en la guerra. Allí Gemma se encontraba con algún contacto. Me he tomado un té intentando imaginar que pinta tendría en esa época cuando las habitaciones expuestas a los francotiradores estaban cerradas. He empezado a escribir este post como si fuese un periodista de aquellos.

Veo las montañas que hacen que Sarajevo sea tan pintoresco, las mismas que hicieron de ella un infierno en la guerra. Los Serbios rodearon sus montañas para sitiarla y las plagaron de francotiradores. Ahora en tiempos de paz te das cuenta de lo duro que tuvo que ser vivir más de 1400 días escondido de los francotiradores. Gemma y Diego cruzaban las calles corriendo y es que al levantar la vista en cualquier lugar siempre hay una montaña, durante la guerra era seguro que allí hubiese un francotirador buscándote.
Los coches ahora paran en los semáforos porque funcionan. Antes iban a toda velocidad por la que se llamó la calle de los francotiradores. Gemma cuenta cómo aprendió que al mediodía eran menos activos porque los francotiradores también son personas y se iban a comer y cómo por la tarde tenían peor puntería ya que habían comido con sljiva, una especie de brandy local.

En el centro de Sarajevo te encuentras una manchas rojas pintadas en el suelo, son las rosas de Sarajevo que indican donde un proyectil cayó matando gente o donde un francotirador hizo diana. Murió gente de los tres bandos en esta guerra complicada. Cuando Gemma las ve al volver tras la guerra recuerda a los que perdió. En su historia pasan cosas maravillosas y cosas horribles, el odio nace y luego se intenta olvidar. Durante el sitio murieron unas 11.000 personas, el 85% civiles.

Los cables colgaban sin corriente, para iluminarse los habitantes hacían velas con el mínimo aceite para que durase más, y para calentarse rompían alfombras y las quemaban despacio.

Gemma cuenta cómo el túnel que los bosnios hicieron para proveerse de armamento y poder defenderse también traía alimentos frescos y cómo algunos se hacían ricos y ahora conducen cochazos llenos de codicia.

Los cuerpos abatidos durante el día no se podían recoger hasta la noche porque si no, serías la segunda victima del francotirador. Los enterraban en los parques que cada vez tenían menos árboles y más tumbas. Los árboles se cortaron para calentarse o para cocinar, solo quedan 4 parques de los 14 que había. Además los inviernos son fríos, en el 84 se celebraron aquí los juegos olímpicos de invierno. Gemma habla de la nieve manchada de sangre, de camas en las cocinas donde estaba la estufa, de muebles quemados para no pasar frío.

Pese a la guerra la vida seguía y Gemma y Diego se reunía con Goiko en algún bar escondido en un sótano donde si había, se tomaban una cerveza Sarajevska como la que me tomo yo en las cenas. A mi no me apasiona pero a ellos les tenía que saber a normalidad.

En el día a día la comida escaseaba, cocinaban ortigas, sabores sosos que no se olvidan y que se aborrecen tras repetirse y repetirse. Gemma habla de cómo un día de lluvia era una bendición, una oportunidad de darse una ducha de agua fresca, recoger agua para lavar la ropa, ya que no poder hacerlo con agua limpia en mas de 1400 días dejaba un olor horrible en la gente y la ropa.
La lluvia traía caracoles al día siguiente, que comparados con los 200 gramos de alimento por persona y día que daba la OTAN eran un plato sabroso y lleno de proteínas. Las madres recogían los caracoles casi a escondidas porque les daba vergüenza que las viesen. Seguramente sólo las veía gente que cogía caracoles de la misma forma.
Gemma cuenta cómo un amigo un día, cogió fuerzas con esos caracoles tan sabrosos, se vistió con corbata y caminó hacia la calle de los francotiradores como hacían los que no podían más y querían morir con la poco dignidad que les quedaba.

Goiko fue su guía pero en realidad era un poeta, se hicieron amigos, vivieron cosas juntos. La guerra consiguió que Goiko pasara de hacer poemas de amor a hacer poemas a amigos muertos y después a jugar al futbol con cabezas de enemigos decapitados.

Al final del libro la escritora también habla de lo difícil que resulta dejar atrás una guerra, “fue más fácil correr entre las granadas”.

Pronto las fotos.
Fernando

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