¿Si nos quedamos un día más?

Da gusto viajar sin prisa, disfrutando de cada día, de cada momento, sin pensar que harás después, ya que el después puede ser mañana o dentro de tres días.
Así fue mi viaje, al final llegué justo a tiempo para coger el avión de vuelta en Atenas. Mi avión de ida me había dejado en Tirana, y, como habéis visto, Albania  nos atrapó.

La llegada a Grecia fue en un autobús con música albanesa a todo volumen, hora tras hora, casi imposible de soportar. Nuestro primer destino era Ioanina, una ciudad con nombre tan bonito como su interior. Nos sirvió de paso para alquilar un coche e irnos a ver “Meteora”.

Ese nombre sí que nos atraía irremediablemente…. En la llanura de Tesalia, hace 30 millones de  años, bajo el mar, se formaron unas rocas, unos pináculos de piedra arenisca que quedaron al descubierto al bajar el nivel del mar.

La niebla le daba un misticismo añadido, ya que al ver un pináculo no sabíamos si habría monasterio encima hasta estár bien cerca. 

En esos pináculos, algunos de más de 500 m de altura, en el siglo XIV se construyeron varios monasterios ortodoxos, llegó a haber hasta 24.

Cada uno encima de una de estas rocas “suspendidos en el aire” sin unión a ningún otro sitio de la tierra. “ Para vivir felices, vivamos en las alturas”, y de verdad parecen rocas en el aire, monasterios suspendidos en el cielo, como decían los monjes: “acercándose a Dios”.

La imagen es sugerente, y con ella en la cabeza habíamos empezado nuestro viaje. Esperábamos encontrarlos después de cada curva…. Y Meteora no aparecía. Por eso, al final, cuando por fin llegamos, pronto decidimos que allí teníamos que estar ¡un día más!

Los monjes permiten visitar sus monasterios. Ahora sólo quedan 6, 4 de monjes y 2 de monjas.

Son todos de estilo bizantino y, debido al desconocimiento por nuestra parte de la iglesia ortodoxa, era todo mucho más atractivo, las pequeñas capillas pintadas de arriba abajo con imágenes de la Biblia con colores brillantes, los propios monjes con sus barbas largas y sus sombreros, todos de negro, las vistas desde cada monasterio viendo los demás monasterios y las ruinas en algunos pináculos de aquellos que fueron y ya no quedan más que unas piedras.

En ocasiones es más sugerente ver las ruinas, todo parece más abstracto, más ireal, más lejano en el tiempo.

Atardece y nos fuimos hasta el día siguiente.

Nuestro hotel, en el pueblo de Kastraki, llevado por una familia griega, madre e hijo, encantadores, tenía un jardín lleno de hamacas. Allí pasamos el atardecer griego, repanchingados después de nuestro interminable viaje, contemplado, esta vez desde abajo, los pináculos majestuosos, para que se quedasen para siempre en nuestra cabeza y poder recordarles siempre que queramos.

Ahora ya no quedan escalas de cuerdas, ni redes suspendidas donde se metían tanto monjes como provisiones, pero sí quedan pequeños teleféricos de madera suspendidos en cuerdas que cruzan de la tierra al monasterio y escaleras de piedra donde cuando llueve bajan riadas de agua  impidiendo la subida. En la foto a la izquierda podéis ver la caseta donde se colgaba la red para las mercancías.

El paisaje por sí mismo merecería una vistia sin la necesidad de monasterios.

Interior de uno de los monasterios.

Tabla que se golpéa para la llamada a oración.

Nadie sabe muy bien como aquellos monjes en el siglo XIV construyeron allí sus monasterios, como fueron capaces de subir las piedras, los materiales, incluso, como subieron ellos mismos.

No nos importo calarnos hasta los huesos, nos costó decidir abandonar los monasterios y coger el camino de regreso al mundo real, a poner los pies en la tierra.

Después del frenazo para no atropellarla decidimos mover a esta tortuga griega, era demasiado bonita para dejar que la atropellase algún loco conductor griego o un turista mirando hacia arriba.

Ana