Uzbekistán es un lugar tan atractivo que estaba seguro que tendría visita. Varias personas han intentado venir, pero al final vino Dermot, así que he tenido visita irlandesa unos días. El título dice “Avión” pero no es un avión para mí, no voy a coger ningún avión hasta Beijín, el lugar desde el que volveré a España.

Esta vez no soy yo quien escribe, a Dermot le apetecía escribir y así yo tengo unas pequeñas vacaciones de Blog, que quizá las necesito después del último post poco inspirado. Aquí están sus impresiones:

Cuando decidí ir a Uzbekistán lo primero que hice fué mirar los requerimientos del visado. Asia central es conocida por tener unos de los visados más tediosos de conseguir. Como ciudadano irlandés necesitaba una “carta de invitación” para conseguir el visado de entrada a Uzbekistán. Esto se obtiene mediante una agencia de viajes autorizada por las autoridades uzbecas. Si queréis venir, tened cuidad, esto lleva mucho más tiempo del que se supone que tarda y es la razón por a que casi me quedo si ir a Uzbekistán.

Tenía que trabajar unos días en USA así que mi viaje empezó algo lejos, dejé Carolina del Norte el miércoles por la noche, llegué a Dublín el Jueves y me fui directo a Londres donde al día siguiente cogí el visado, que al final de todo el proceso me salió bastante caro.

El viernes por la noche salí de Londres y finalmente en la mañana del sábado, un turista irlandés muy cansado llega a Tashkent después de un vuelo de siete horas en lo que fue probablemente el peor avión que he volado. Una pena estar tan cansado que no pude ni hacer una foto.

Me encuentro con Fernando en el hotel, descanso un poco y nos vamos a ver la ciudad. Una “típica” ciudad soviética de avenidas grandes, su atracción principal es el Corán más grande del mundo. Como está prohibido hacer fotos, esta es mi primera foto del país.

 

Estaba en el bar del hotel. Me hace preguntar qué tipo de clientes tienen, sobre todo porque el hotel no era un sitio cutre de esos a los que va Fernando.

Lo que me sorprende de inmediato es la amabilidad de la gente, terminamos tomando algo en la discote extraña del hotel con unos lugareños y Bouke, un chico de los Países Bajos.

En Tashkent visitamos la mezquita Juma y nos presentan a un hombre que es especialista en escrituras antiguas. Esta foto muestra la evolución a nuestro sistema actual de numeración.

Samarcanda es uno de esos lugares de los que has oído durante años lo bonito que es, lo lleno de historia que está y lo místico y mágico que es. Pero pese a tanta historia, quizá por haber oído tanto hay un pequeño momento de decepción. No me malinterpretéis, tiene lugares preciosos, pero ha tenido tanta restauración que ha perdido parte de la intriga par ami.

 

Aún así la plaza del Registán es inmensa, es el centro de la antigua Samarcanda, un lugar donde se hacían ejecuciones populares y donde la gente se reunía para escuchar las proclamaciones de los reyes.

Esta plaza también era el centro comercial de la Samarcanda medieval con un mercado de pared a pared. Se dice que si as dos fachadas se inclinasen hacia el suelo tocarían justo en el centro.

Los tres edificios son Ulugh Beg Madrash (1420), Sher-Dor Madrasa (1636) y Tilya-Kori Madrasa (1660). Madrasa es un término árabe que significa academia clériga musulmana y Registán significa lugar de arena en persa.

 

Ahora una atracción restaurada. Imagino en los tiempos antiguos el constante barullo de la gente, los gritos de los prisioneros muriendo y los agujeros de la nariz saturados por la cacofonía de olores.

Desde lo alto de uno de los minaretes en la plaza del Registán. Se supone que no se puede subir, pero un guarda se acercó a nosotros ofreciéndonos subir por 10 dólares. Le dimos cinco. Los últimos en subir dejaron aquí una botella vacía de cerveza y pan. Siempre me sorprende cómo puede haber gente tan cerda.

Pequeñas escaleras hacia el minarete. Ahora entiendo por que no dejan subir.

Samarcanda esta es una mequita pequeña con unos minaretes un poco diferentes al ser rojos en vez del turquesa habitual. También tiene las columnas de madera típicas.

Alquilamos unas bicis para ver la ciudad. Somos de los primeros en hacerlo, porque la empresa que las alquila es nueva. Así que a medida que pedaleamos por a ciudad nos convertimos en “famosos en bici”, la gente se sorprende por ver turistas en bici y nos preguntan.

“¿De dónde habéis sacado las bicis?”
“¿Las habéis traído con vosotros?” (Sí, seguro de Dublín)
“Eing ¿que los alquilan aquí?”

Incluso cuando vamos a comprar los billetes para el tren a Bukhara, nos ponen un “vigilante” para protegerlas mientras compramos los billetes, es divertido.

Una fruta nueva para nosotros, es una mezcla entre manzana, pepitas de cereza y algún tipo de fruto silvestre.

Después de una vergonzosa caída con la bici intentando saltar una de las múltiples zanjas del suelo y de que Fernando pinchase su bici con algo parecido, devolvimos nuestras bicis un poco avergonzados. Es de noche y mañana nos vamos.

 

Relajándonos tomando una pinta de Sarbast (la cerveza local). En una plaza en el centro, bastante cara para ser Uzbekistán, tres Euros.

Timur tenía una táctica especial para hacer de su ciudad la más bonita e impresionante de todas. A lo mejor ya habéis cogido la idea leyendo los posts anteriores.. Su técnica era destruir todas las ciudades bonitas que encontraba para hacer que Samarkanda fuese la mejor de todas.

“Medianoche en el Oasis” una canción de los 70 me viene a la cabeza al ver el Registán de noche. Si os preguntáis por qué, yo tampoco tengo ni idea.

De Samarcanda nos vamos al lago Aidar a pasar una noche en una yurta. Compartimos la cena con una pareja de alemanes, que son muy divertidos y con su conductor majara. Después de la cena vamos fuera al calor del fuego a escuchar un hombre tocando un instrumento tradicional. No sentamos bajo un millón de estrellas plateadas en la noche oscura. Y aquí es cuando me doy cuenta de que desde que llegué a Uzbekistán no he visto la luna. Le pregunto al conductor majara y me dice “En Uzbekistán no necesitamos luna”… ni siquiera el se aguanta la risa.

 

Una yurta, la vivienda tradicional nómada. Fácil de montar y de desmontar para que los nómadas puedan transportarla según se mueven por las estepas en diferentes estaciones. Dormimos en el suelo, casi, con una especie de edredón colchón calentito para la noche fría..

 

El interior de la yurta. Se ve cómo se meten los palos en el circulo de arriba para formar la estructura.

Atardecer en la yurta con camello pastando antes de que el atardecer cubra el desierto.

El lago Aidar ha incrementado su tamaño en un 50% en los últimos 15 años por acumulación del agua al cambiar los cauces de los ríos. Es muy relajante escuchar el agua rompiendo en la orilla y mirando a esta basta extensión de agua.

¡Joe! Dermot ha escrito un montón, así que lo voy a dividir en dos posts. El próximo post es sobre Bukhara, una ciudad que nos ha gustado mucho más que Samarcanda.

Pronto más.
Dermot y Fernando